domingo, 29 de julio de 2012

Luis Rosales (1910-1992), La casa encendida

Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa y has cerrado la puerta
con aquel mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz, para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año,
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.




domingo, 22 de julio de 2012

miércoles, 4 de julio de 2012

LAS VICTIMAS DE LA MORFINA. Gran reportaje moderno de la mala vida

V. de Saussay.
Traducción de O. Alvarez L.
Imp Layetana. Barcelona s/f.
64 pag. 12x17cm



I
MORFINA Y VOLUPTUOSIDAD

- Si no quieres ir, dame dinero. Yo mismo iré a la farmacia.
Pablo notó un peso de monedas en el bolsillo del delantal de su esposa.

- No lo niegues. Esto es 'dinero No seas mala… o lo seré yo. Me darás el dinero por grado o por fuerza.
- Lola se defendía, forcejeando con su marido.
- No, te lo daré. Además, no es mío. Tengo que dar cuentas.
- ¿A quién?
- ¡Pero si no me dejas que te lo diga!
- Es verdad. Lo primero que quiero es la morfina. Y me darás el dinero… Ahora verás.
Furioso se arrojó sobre Lola y de un golpe brutal la tiró al suelo. Despiadado, loco de rabia, no quería más que la posesión del dinero para calmar su espantosa necesidad de morfina.

El macho exacerbábase cada vez más, vomitando injurias, parecía encontrar placer desgarrando las ropas de su adversaria. Minutos después el cuerpo de la esposa, aparecía medio desnudo. ¡Bellísimo cuerpo! … La miseria no había podido destruir sus encantos ni la elegancia de sus hermosas líneas deseables.

Durante la lucha, un niño, al borde de Ia cuna prorrumpía en gritos desgarradores y alargaba los brazos como en un instintivo gesto de protección. De pronto, la criatura cayó aI suelo.

Pablo aprovechó el momento en que la madre se precipitó a levantar a su hijo para de un fuerte tirón, apoderarse del pequeño portamonedas objeto de la tremenda lucha. En seguida tomó el sombrero y salió.

***
Horas después Mario volvía a casa. Lola se había acostado. Mario se acercó al lecho. La oyó llorar, un llanto contenido y silencioso. Conmovido, la llamó:

- Lola... perdóname. Soy un miserable. Estaba loco. Si no tomo la morfina… me hubiera muerto.
- Déjame, mal hombre.
- Desnudose él lentamente, con torpes movimientos; apago la luz y se acostó.

Y así volvieron a reunirse, desnudos, en un mismo lecho, los cuerpos que horas antes se habían golpeado. Confundidos en la sombra, mezclaban el calor de sus carnes. Paulatinamente ávido de lujurias, Mario fue aprisionando a Lola entre sus brazos, acariciando sus bellas formas, insinuando su virilidad entre los muslos macizos y prietos. La hembra ni rechazaba ni aceptaba francamente el amoroso combate. Y era que, a pesar de su dolor, despertaba a la sensualidad bajo la presión de los brazos ahora cariciosos, del varón fuerte…

Dejó hacer a su marido, dejo que su mano trémula buscase y encontrase el íntimo reducto del deleite. A medida que los labios de Mario recorrían su nuca, su espalda, sus hombros, y saltando sobre estos, buscaban los senos, y los mordía y los succionaba dulcemente, la esposa, entregada ya a la solicitación de sus sentidos de mujer de veintidós años fue volviéndose hacia el esposo, olvidada del enfado y entre y entreabría su boca y besaba ahora con furia, mientras su mano oprimía y acariciaba el objeto del placer, que, muy luego, dirigió ella misma hacia su verdadera ruta.

Después de la copula, en el dulce desmadejamiento subsiguiente, Lola contó lo que éste no había querido escuchar antes de ir por la morfina.

- Ahora te, arrepentirás de no haberlo querido saber antes. No puedes tener idea, de quién ha estado aquí esta mañana. Sábelo de una vez: tu padre ha venido; llegó a París esta mañana, y después de ir a casa de tu madre se presentó aquí. Debo decirte la verdad. Te vio, te vio rendido en una silla, mientras, tú, como idiotizado, dormías la borrachera de ese veneno odioso. Salió de aquí, figúrate, abrumado de dolor... Me dio unos billetes para comprar unos juguetes a nuestro hijo. No sé si volverá. Él me ha asegurado que sí…

Mario apenas podía dar crédito a lo que oía. ¿Su padre en París? ¡Su padre, a quien su madre y sus hermanas habían dado por muerto desde hacía tantos años! Pero lo más terrible… ¡Que dolor, qué tremendo dolor habría sido el suyo al volver al hogar y encontrarse con la dulce esposa de hacía veintitantos años, viuda de un segundo marido y madre de una hija, ya mujer, fruto de estas segundas nupcias? ¿Cómo resistió su corazón Ia noticia ignominiosa de que tanto sus dos hijas como la hija de su mujer, llevaban una vida de prostitución y de vicio?